Esperanza



ESPERANZA

Llevábamos meses encerrados, el mundo entero, de un continente a otro. Los primeros días ponía las noticias, pero después ya no podía más con la desolación y las muertes. Siempre había vivido sola y ahora, como estaban las cosas, me veía a mi misma haciéndome vieja dentro de mi casa sin que nadie advirtiese mi piel joven llenándose de arrugas, volverse seca y fina. Ya no llamaba a nadie, internet se había esfumado en el aire como un sueño lejano de lo que pudo haber sido. Tenía mis libros, mis dibujos y todavía un poco de comida. Pronto tendría que salir a buscar más. ¿Seguirían los supermercados abiertos? ¿Se parecerían a los economatos soviéticos durante la guerra fría, estantes vacíos y empleados todos vestidos iguales?

Me puse la mascarilla y salí a la ciudad desierta. Anduve kilómetros sin cruzarme con un alma. El silencio pesaba a mí alrededor. Dando la vuelta a la esquina tropecé con un muchacho. Me sostuvo los brazos para no caer. Y en su sonrisa, todo lo bueno que nos hacía humanos floreció en mi corazón. Bajó mi mascarilla lentamente, soltando libre mi suspirar y dijo:

—¿Crees en el amor a primera vista?

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