Extracto del libro de La Casa del Marqués


 

Al principio, el agua estaba muy fría, el verano no había empezado. Cuando empecé a nadar, mi cuerpo se fue acostumbrando. Una vez que ya no podía tocar fondo, miré hacia el faro, era un edificio imponente, pero hizo que me acordase de Adelaida y de su risa sensual. Enfadada conmigo misma por pensar en el marqués y Adelaida anoche, me di la vuelta y seguí nadando. Cuando comprobé que me había alejado mucho, di la vuelta para regresar.

Estaba pasando por la rocas, que conformaban la montaña donde el faro se asentaba, cuando escuché tras de mí un chapoteo de agua. Al darme la vuelta, para ver quien se había tirado al mar, no vi nada. En ese instante, pensé que había sido el movimiento del agua entre las rocas lo que había hecho el ruido, pero mis peores temores se materializaron, cuando algo me agarró de un tobillo tirando de mí hacia abajo.

Pude coger aire, antes de que me sumergiesen, pero mientras intentaba soltarme de la mano, que sentí poniendo algo alrededor de mi tobillo, pensé que no me iba a durar mucho. El sol se había bajado lo suficiente, como para que no pudiese distinguir a la persona que estaba bajo el agua conmigo y cuando se alejó, de repente, de mi lado, lo único que me preocupaba era que aún había algo alrededor de mi tobillo que me impedía subir a la superficie.

Toqué con las manos lo que me sujetaba: era una cuerda con una especie de nudo que no conseguía soltar. Cuánto más tiraba de él, más se apretaba. Tuve que empezar a expulsar aire, la presión en mi pecho era inmensa y me estaba entrando pánico sabiendo que, si no conseguía soltarme, moriría ahogada. Empecé a soltar el aire despacio, tirando de la cuerda salvajemente, hiriéndome y viendo como mi sangre se mezclaba con el agua. No sentía dolor, solo me estaba centrando en quitarlo de mi tobillo cuando, de repente, se soltó del otro lado. 

Me impulsé con fuerza hacia arriba con los brazos y salí a la superficie, pero ya había tragado agua. Empecé a toser y sentí como el agua salada me salía por la nariz. Casi no veía, la sal me quemaba los ojos y mi pelo mojado me tapaba la cara. Nadé como pude hacia la orilla, chapoteando, llena de pánico y angustiada, pensando que me seguían acosando. Antes de llegar, unas manos fuertes me agarraron por debajo de los hombros y empezaron a arrastrarme hacia la orilla.

Empecé a gritar entre toses y a pegar puñetazos y manotazos a quien me estaba sosteniendo. Me dio la vuelta y me tiró en la arena de la orilla, sujetando mis brazos por las muñecas. Escuchaba como me hablaban, pero estaba presa del pánico y no dejaba de intentar que me soltasen, pataleando y elevando mi cuerpo de la arena mojada, hasta que no pude más y me di por vencida. Empecé a sollozar, esperando lo peor, pero sentí como me soltaban y me apartaban, con delicadeza, el pelo de los ojos y la cara.

Cuando le vi la cara, el llanto se me atragantó, haciendo que volviese a toser con fuerza. El marqués me inclinó hacia un lado, para que pudiese respirar y toser, con más facilidad. Cuando vio que ya estaba mejor, me ayudó a sentarme. Seguía mirándome muy serio sin decir nada, solo me apartaba el pelo de la cara de vez en cuando, esperando pacientemente a que me serenase.

Tenía que tener una apariencia espantosa, llena de arena y con la falda del bañador, totalmente remangada, alrededor de la cintura y mis caderas. Di otro pequeño sollozo, alargando la mano hacia mi tobillo y fue cuando el marqués, al ver la cuerda y la sangre, por fin habló.

—Estás sangrando mucho. ¿Por qué llevas atada una cuerda al tobillo? Dios mío, cuando llegué a la playa y te vi salir del agua al lado de las rocas, pensé que te ahogabas y que no llegaría a tiempo, si no sabes nadar, no debes meterte en el mar —dijo enfadado.

—Sé nadar perfectamente, por eso no me he ahogado, cuando alguien ha tirado de mí y me ha atado esta cuerda al tobillo —dije, enfadada de pronto yo también. No era una niña pequeña a la que había que regañar y, ahora que me veía a salvo, en vez de estar asustada como habría pasado si hubiese estado sola, me sentía disgustadísima de ver al marqués allí, con solo un bañador y el torso musculoso, mirándome como si fuese tonta.

—¿Cómo que alguien le ha atado la cuerda al tobillo y ha intentado ahogarla?

Su tono de voz había cambiado, ahora era más serio, pero también incrédulo.

—¡Lo que le acabo de decir! Cuando llegué a la altura de esas rocas, escuché como alguien se metía en el agua tras de mí y, al girarme, tiró de mi tobillo sumergiéndome en el agua, me puso esta cuerda alrededor y la ató a una piedra o a algo, no lo sé. Casi me ahogo, intenté quitármela, pero solo conseguía que se ciñese más. Al final se desenganchó del otro lado y pude salir.

Mientras le iba contando esto, su mirada se volvió más reservada todavía. Me miraba como si estuviese loca y mi historia fuese demasiado increíble para creérsela.

—Y ayer, se te cayó una avalancha de piedras encima, mientras te quedaste durmiendo en la playa de Cala Túnez, ¿no? Lo más probable, es que la cuerda estuviese en el agua y se ciñese a tu tobillo, sin darte cuenta, Colette. Nadie quiere hacerte daño —dijo esto último, mientras se ponía en pie y se pasaba las manos por el pelo, denotando su desesperación.

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