Disertación de los Domingos


DISERTACIÓN DE LOS DOMINGOS

Siempre me han gustado los domingos. Son días impolutos, lentos; llenos de silencios en los que te paras a escuchar, a disfrutar e incluso a saborear. No tienes que saltar de la cama corriendo como otros días de la semana con la mente llena de lo que tienes que hacer ese día.

Los domingos son días de pausa, dando igual si has descansado el sábado. Los sábados no tienen el mismo brillo colándose suavemente por las rendijas de la persiana. Los sábados sigues estresado de la semana que dejas atrás. Vas a hacer la compra, terminas algún trabajo pendiente, limpias la casa. No, los sábados no tienen la bendición de los domingos.

Tu almohada es más blanda los domingos. Cuando despiertas te acurrucas en ella cual nube, mientras escuchas los sonidos que te vienen lentamente a tus sentidos adormecidos. Oyes, también, el murmullo de pájaros que saben que es domingo, pertrechados en sus nidos preparándose para un día tranquilo. Escuchas el lento zumbido de las avispas que parece que van ganduleando en sus movimientos de flor en flor.

Hay dos tipos de domingos, los de invierno y los de verano.

Los de invierno son domingos de luz grisácea azul, de bata larga y manos frías. De café con leche hirviendo sentada frente a la ventana buscando ese rayo de sol que te cubra como una manta cálida. Son mañanas de lectura, de calles vacías y escarcha formada encima de las hojas de los árboles. Mañanas que huelen a pan Irlandés recién preparado. Medio día de pollo asado al horno con zanahorias y patatas doradas. A largas siestas bajo una manta pesada con la barriga llena del festín que te has preparado.

Los domingos de verano tienen otro tipo de luz. Es una luz blanca, brillante y ardiente, que hace que sudes entre los pechos y muslos. De café bastante más frio y de persianas bajadas con ventiladores encendidos. El ruido de las aspas al girar adormece tus sentidos y lo que escribas, tardas días en terminar. Las calles están pobladas por gente joven, somnolienta. Muchachos sin camisa y chichas de rímel corrido, con el bajón del alcohol y la fiesta, avanzando como zombis camino a casa. Se oye también a la gente en las terrazas de su casa desayunando y llega al olfato el olor de tostada quemada. Son domingos de chicharra cantando al sol y pájaros que llevan horas levantados buscando agua y refugio ante el calor que se avecina.

Si, los domingos son de lentitud y disfrute. De estar sentados sin nada que hacer y sin ganas de hacer nada. De prensa y actualidad. Tal vez con la televisión o música encendida, con el volumen bajo. De manicuras pausadas, baños espumosos, pelos recién lavados. Domingos de aceite perfumados por el cuerpo.

Los domingos son días de amor carnal. De sexo lento, exploraciones perezosas, sin prisas. De besos tiernos, largos, lenguas entrelazadas, sábanas que huelen a mañanas de sol y a suavizante de la ropa. Suavizante de ese que siempre es de un color azul cielo.

De risas en voz baja, miradas de amor sincero, duermevela hasta la media mañana, manos entrelazadas, olor a sexo húmedo embriagando los sentidos.

Los domingos también pueden ser de niños pequeños, los rizos revueltos y ojitos hinchados. Manitas pegajosas de mermelada y dibujos animados. Medio tirados en los sofás con sus mantitas o peluches en las manos, dedos en la boca dándoles confort. De biberones colmados de leche y cereales que los dejan medio atontados de tanta deliciosa glucosa corriéndoles por las venas.

También hay domingos de Dios. Esos que recuerdo de pequeña, con vestido de punto de Cádiz y cuello bebé, cosido y bordado por mi madre. Domingos de pecado y penitencia. De sermones que no entendía del todo pero también de asombro ante la grandiosidad de Dios expuesta en la catedral a la que íbamos. Domingos de imaginación infantil de ángeles volando y de la Virgen mirándome con dulzura.

Ahora, según mi hija, los domingos son para muchos jóvenes de maratonianas series en Netflix, juegos online o trilogías de películas. De tortitas con sirope de arce, chuches, patatas de bolsa, pizzas y cervezas. También tirados en el sofá en camisetas y pantalones viejos, agujereados. Lánguidos, con las piernas estiradas, sin peinar, faltos de energía. Igual que si estuviesen en pausa, recargando baterías.

Por último están los domingos de los ancianos. Parados en el tiempo con la mirada fija en algo que solo ellos ven. Domingos de hijos y nietos que van a casa de la abuela a comer paella. Esperando sentados, sus manos ligeramente temblando, a que llegue la hora de que entren por la puerta, los que tengan suerte de no ser olvidados.

Una vez le pregunté a una anciana solitaria que hacía los domingos. Me respondió que hacía lo mismo todos los días, esperar y recordar. Pero también me dijo que los domingos eran un poquito distintos, los recuerdos eran más dulces, de otros tiempos sin soledades.

Lo único que sé con certeza es que el domingo es mi día favorito. Mi día de explayarme, de sentir simplemente. Un día sin exigencias, de sonrisas internas y de paz.

Y vosotros ¿cómo son vuestros domingos?


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